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La historia de los hooligans

La historia de los hooligans - Fútbol Factory

Se ha comentado la cifra de 5000 seguidores del Manchester United que han llegado a Madrid,  de los cuales solamente 4000 disponían de entrada. Un caso mas de claro ardor y sentir de los colores de equipo que impulsa a recorrer un viaje de horas (incluso en autobús… unas 24 horas) y todo para animar y no ver el partido. Está claro que merece la pena tomarse unas cervezas en Madrid, pero esto hay que reconocer supone unos ciertos riesgos.

Nos guste o no debemos reconocer que el fervor de los hinchas que son capaces de recorrer miles de kilómetros para seguir a su equipo hasta la puerta del estadio y no entrar a presenciar el partido, supone de entrada tener que tomar precauciones.

Bien lo saben las fuerzas de seguridad del Estado que son las que informan a los medios de la previsión cierta de las cifras que hemos mencionado.

La adhesión inquebrantable a los colores amados sigue siendo una simple excusa. Seguir al equipo fue el punto de reunión de los afamados hooligans, quienes descubrieron que beber cerveza y pelearse con las bandas de equipos adversarios era una buena diversión para los sábados.

De esto saben mucho en Argentina e Inglaterra por ejemplo, pero el concepto hooligans está extendido y parejo al universo fútbol. Bien es cierto que la gestión de este fenómeno se ha sabido dirigir con buenos resultados. Pero como casi siempre a base de tropiezos y desgracias incluso.

La palabra hooligan apareció por primera vez en un informe policial de 1898, tras una pelea callejera entre dos grupos rivales. Algunas fuentes sostienen que participó un hombre llamado Hooligan, de cuyo apellido se habría tomado el apelativo. El primer enfrentamiento entre hinchas del fútbol inglés fue en 1912, durante un Liverpool-Manchester. Las primeras formaciones de hooligans se conocieron en los 60 y reinaron en los 80.

Con controles policiales estrictos, leyes, la ausencia de padrinos y la falta de dinero para costearse la asistencia periódica a las canchas, no les queda más remedio que ver fútbol por televisión. Así es y así debe seguir siendo. Inconveniente ninguno en animar, cantar, jalear, acompañar, motivar, por el espectáculo… incluso con el nombre de Ultras, pero NO absoluto si esos comportamientos  conllevan violencia, tanto dentro como fuera del estadio.

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